Tienes que hacer una presentación para tu equipo, para tus alumnos y alumnas o ese cliente al que quieres ganarte. Es tan importante para ti que decides que es momento de apuntarte a un curso con un título parecido a “Cómo hablar mejor en público”.
Más que hablar, conseguir que te escuchen
Te inscribes y acudes con la seguridad de que vas a aprender técnicas de oratoria, recursos y trucos para triunfar con tu presentación.
Tu gran objetivo es hablar mejor. Te aplicas tanto que al final sientes que realmente “hablas mejor”.
Llega el día de la presentación, y consigues recordar todo el texto, mover tus manos con coherencia, entretener con esas diapositivas tan potentes y recibir felicitaciones. Sin embargo, tras tu discurso, poco o nada ha cambiado en el público.
¿Pero qué pasa? ¡Si has seguido todas las pautas del buen ponente!
Cómo conseguir que te escuchen
Pasa que, una vez más, has puesto el foco en ti y sólo en ti. Te has entrenado para ser mejor en algo, pero te has olvidado de para qué lo hacías. Te has olvidado de que lo que realmente querías conseguir era que ese equipo se entusiasmara con tu propuesta, que esa clase aprendiera por fin la lección, que tu cliente se interesara por tu producto.
Has puesto el esfuerzo en la técnica pero te has dejado fuera el alma.
Ya lo decía Aristóteles: la clave para persuadir a tu público, para que acepte tu idea, está en manejar con habilidad tres ingredientes: Ethos, Logos y Pathos.
Se trata de tocar con la lógica y con la emoción.
Ethos, Logos y Pathos, los 3 mosqueteros de un discurso
Comunicas desde Logos cuando ofreces datos, pruebas, cosas que puedan asumirse desde la lógica. Así puedes crear una estructura en tu presentación que difícilmente encontrará oposición.
No obstante, debes ir más allá y comunicar también desde el Ethos, desde la credibilidad que ofreces. ¿Cómo te has presentado?, ¿Qué sabe de ti ese público?, ¿Qué modelo de vida o empresa representas?
Y ya con una estructura lógica y la confianza de tu público hacia ti, ¿qué te queda? Pues tirar de Pathos, tocar la emoción. Hacerte irresistible porque has conectado con su centro.
Y te preguntarás: ¿cómo se aprende a emocionar? ¿Dónde hay escuela para eso? Pues mira por dónde, está más cerca de lo que crees, casi la traías al curso desde el inicio.
Las personas somos muy hábiles en captar emociones, así que fíjate en cuál estás mostrando al hablar: ¿miedo, inseguridad, ansia por vender? Y cuál es la que quieres transmitir. Trabaja para sentirla tú primero, y deja que el grupo simplemente la capte. Fíjate en qué necesitas para sentirte así. Quizás es más preparación del contenido; quizás es conocer mejor a tu público, o llevar aquella camisa que tan bien te sienta. Quizás es… respirar profundamente.
Y un truco extra: cuéntales una historia. Como las que oías en la niñez, como las que lees en las novelas o ves en las películas. Tú ya sabes, has crecido con historias. Sé valiente para usarlas ahora, porque una historia bien contada va directa a la emoción, y cuando la emoción ha sido tocada, el público queda rendido.
El éxito no está en hablar mejor, sino en merecer ser escuchado y escuchada.
Trabaja para llevar a esas personas algo que tenga valor para ellas. Trabaja para que no tengan que poner el esfuerzo de escucharte, sino que lo hagan porque ganan con cada palabra. Pónselo fácil llevándoles por el camino que todo el mundo entiende: el de la emoción, con sus nobles escuderos, la lógica y la ética. ¡A ver quién se resiste a comprar tu idea!
Formación en otoño para hablar en público
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